Todo está previsto de antemano en mi día.
Puedo decir cómo será, lo que haré, a dónde iré, a quién veré… de aquí a mucho tiempo.
La libertad, la espontaneidad, la creatividad quedan reducidas al espacio blanco de mi agenda, momento a momento, entre ese discurrir programado y cierto.
No están escritos, sin embargo, los detalles, ni las experiencias concretas, ni tampoco los imprevistos y contratiempos, esos agujeros por los que se escapa la comodidad de la rutina y se abre paso el destino sin pedir conformidad al alfarero.
Y hay otra manera de escapar de la tiranía impuesta por los compromisos del cuaderno: hacer de mí el imprevisto, guardarme en un bolsillo del tiempo la libertad, la espontaneidad, la creatividad… y decidir que también yo me escapo por los intersticios huecos que se abren en el condicionamiento, entre la costubre y el miedo.
Y decidir descarrilar, o estarme quieto, gozando de este instante, tan fugaz como eterno.