Labios delgados como espadas rompen el silencio.
Los pensamientos nacen de algún sitio del cerebro, y antes de convertirse en palabras recorren los laberintos secretos de mi cuerpo: cruzan un instante antes de ser sonidos mis articulaciones, por mis nervios llegan a mis músculos, se nutren de sensaciones y en la piel se impregnan de contactos. Antes de pronunciar una palabra escucho y veo el espacio y el silencio; me mantengo quieto, o me muevo muy despacio para enterarme bien de lo que siento. Por último, mis pensamientos se bañan de alegría o de tristeza, de rabia o de lamentos, en las piscinas emocionales de mi vientre y de mi pecho.
Luego, de nuevo en el cerebro, los pensamientos se hacen palabras, se visten de sonidos y salen de mis labios hiriendo como espadas el silencio.