Miro mis ojos. Son triste, serenos (aunque a veces mi mirada se me llena de ira, se me distancia o se me ciega). Y estalla de alegría mi mirada.
Miro mis ojos oscuros: y en el silencio del espejo alcanzo profundidad suficiente para abismarme en la oscuridad de mis pupilas. Mis ojos me miran y no me alcanzan, me ven y me traspasan sin aprehenderme.
Y entonces, en un instante, por un brevísimo tiempo, soy mirado desde dentro por una mirada que traspasa la conciencia ordinaria. De allí, lejos, muy lejos, surge un rayo que penetra por mis ojos y funde mi corazón.
Entonces no puedo sino cerrarlos, y aun así su resplandor inmenso me ciega toda visión que no es sino ella: Luz intensa.
Mis ojos miran a través de misma mirada que los contempla. Mi corazón se enciende, mi entendimiento se atonta, mi lengua calla.