Desde el sufrimiento de los problemas cuando se han hecho enfermedad o desde el ansia de los deseos humanos, las expectativas de un mundo irreal de bienestar permanente y duradero nos genera aún más sufrimiento, un sufrimiento que tiene más que ver con las expectativas que con la vida real, tan incierta como maravillosa.
Sobrevaloramos las expectativas, exigiendo y exigiéndonos lo que no es ni en ocasiones puede ser, y renunciamos a nuestra responsabilidad, a lo posible, a lo real, qué sí puede darnos felicidad, aunque no necesariamente los resultados esperados.
Es precisamente la espera de resultados previamente definidos por el deseo lo que desde el principio y a la postre nos lleva a trampas, autoengaños y grandes sufrimientos.