Como un fogonazo de luz que no se acaba se cuela una frase por los intersticios que dejan las palabras dictadas por el sufrimiento más intenso: «No me ¡Ríndete, no luches! amas».
Me fío de mí mismo, obedezco, y ahora: respiro y no opongo, respiro y no opongo.
Es cuando el terror se disuelve en confianza de lo ya sabido, el dolor evoluciona en una suave y compasiva calma, la tensión florece en alegría… y la distancia vacía con todos los seres amados que anticipa el gusto de la muerte estalla en una presencia carente de egoísmo:
Amorosa aceptación de todo cuanto ocurre, la vida se despliega en su movimiento eterno que todo lo abarca y «me» aniquila.
Ya poco importa morir, dormir o estar despierto: el amor lo llena todo en un grito que rompe las diferencias: ¡Te amo!