No estamos aquí para juzgar ni condenar a nadie, sino para frenar nuestra conciencia egoísta y crecer en altruismo, compasión y amor.
La madurez humana pasa por ampliar la dimensión de la generosidad. Desde el egoísmo, el interés centrado exclusivamente en mí mismo, abrir la conciencia del cuidado, la posesión, el sentido de «lo mío» a «los míos»; a la familia primero, a los amigos, al trabajo, a los de la misma comunidad o grupo, a los de las mismas creencias, a los de la misma especie, a los seres de la tierra, al universo entero.
Hasta saber, sentir, que cuidarte a ti es amarme yo, que el propio respeto es aceptación del otro, que contigo yo soy más, que juntos somos más, que tú eres parte de mí y yo una parte tuya, y todos un solo ser, y con el planeta, y con el universo.
Un solo sujeto. Diferentes miradas.