En la noche se recrean los fantasmas.
Tras los albores de cualquier mañana se abren las horas y se dibujan los caminos, y al llegar el día una bruma de tristeza, soledad, olvido y esperanza anidan suavemente en mi pecho, mis manos y mi cerebro.
Luego los hechos ganan la partida, y el día es una sucesión de actos y trabajos, tareas y decisiones, idas, venidas y palabras. ¿Dónde queda la consciencia, dónde está el atisbo mudo de la mirada de dios, dónde la humanidad de mi cuerpo?
Pensamientos sombríos y una vana confianza. El miedo, como la vida, se nutre de la incertidumbre, y más allá de toda intención las plegarias llenan, o lo intentan, el vacío que la voluntad no puede.
Hasta que el sueño cubre de nuevo casi todos los intersticios, y solo queda abierta la tenue presencia de las sombras.