NADA HUMANO ES AJENO.
Amoroso silencio que se habita de palabras.
Comprensión luminosa del sufrimiento.
El milagro acontece cuando te miro frente a frente: yo soy tú, y te siento desde dentro, y te conozco con mi cuerpo.
Gusto el júbilo del encuentro y te acepto sin condiciones ni reparos.
Sé de tu dolor como sé del mío, pues somos uno. He mirado en tus ojos la ira del desamparo, y me conmuevo de ternura en mi corazón, que es el nuestro.
Me has dado la libertad de conocer tu miedo, y he experimentado la soledad y el aislamiento que anidan en el pecho: te acojo asustado y frágil, y a tu lado me entrego a tu tristeza.
Tú te consuelas de mil ausencias, y juntos crecemos hasta alcanzar el encuentro de la mirada cómplice: ¡Eres importante!
La humanidad te traspasa hasta hacerte trasparente, no puedes esconderte porque tú también me amas. Y entonces la ternura nos funde en un abrazo.
Aguardo un instante, y te encuentro, siempre, atrapado en nudos tejidos de abandonos y exigencias. Ahí te miro y me reconozco. Y durante un tiempo te acompaño como si fuéramos niños, cogidos de la mano. ¡Esa es la solucion al laberinto!
El silencio de nuevo se hace nuestro aliado, y descansamos.
Yo me estremezco de admiración por tu coraje, lagrimas de alegría estallan en risas compartidas y juntos nos reconocemos en el mutuo agradecimiento.
Nada humano nos es ajeno.